Como buen aficionado al deporte del pedal, el lector de El Carajillo Alegre no es ajeno a la época del año que nos ocupa. Inmersos en la magia de las clásicas. Los monumentos del ciclismo. Las carreras que para algunos, destilan la esencia original de nuestro deporte favorito y donde la épica alcanza niveles difíciles de ver en cualquier otra manifestación ciclista. Es tiempo de pavés, lluvia, barro, polvo, carreteras estrechas, muros adoquinados con pendientes imposibles, vías angostas, sendas descarnadas pavimentadas con demoledores piedras inconexas, viento, velocidad en el estado más puro, táctica, … Todo ello, entre otros mucho factores, constituyen los ingredientes de un magnífico espectáculo que disfrutamos cada año por estas fechas.
Es por ello que a aquellos acólitos de este tipo de ciclismo, se les ve en esta época del año más excitados que de costumbre. Empecinados en buscar carreteras que les recuerden, de alguna manera, a los míticos escenarios donde tienen lugar las Clásicas del Norte con el fin de emular, aunque sea de forma remota, a unos héroes que hasta hace muy poco se identificaban con apellidos belgas u holandeses.
Si se da la circunstancia de coincidir con un “clasicómaño” por excelencia como es Carlos Asín, más conocido como Carlibiris, la cosa alcanza tintes extraordinarios, pues de todos es conocida su obsesión por buscar parajes “flandiers” por los alrededores de las orillas del Ebro. Indómito explorador que no duda en perderse por caminos y recovecos apenas asfaltados que rezuman cierta semejanza con los de las idolatradas clásicas de verdad. Puede pasar que tenga a bien guiar nuestra ruta por Alfrancabergen, para dar cuenta posteriormente de la Chopera de Pastrizberg, última dificultad antes de atravesar las calles de Moverabeke. Los kilómetros previos por el Camino De Roonde, anejo a Montañanandries, permiten ponerte en situación. Claro que también puede haber alguna sorpresa, pues ya se sabe que en ocasiones el asfalto desaparece en este tipo de recorridos. Mientras Carlos disfrutaba feliz del térreo pavimento que crujía bajo sus ruedas, alguno de sus compañeros de clásica se apresuraba a preguntar angustiado a un lugareño que emergía de entre la vegetación de una acequia o, ya que estamos ambientados en el norte de Europa, bien pudiera ser un “pólder” holandés: “Oiga, ¿Hay asfalto por aquí?”.
Y cuando ya se veía el asfalto, como bien había indicado el lugareño, ocurre lo previsible. Pie al suelo y...