Un
año más, hemos sido testigos de la carrera más especial de la temporada
ciclista profesional. No me atreveré a decir la más importante, que para eso
hay diversidad de opiniones, pero, repito, sí la más especial. Sea porque por
un día los ciclistas cubren los rótulos y colores corporativos de las marcas comerciales
que les pagan los sueldos por las enseñas patrias, sea porque durante más de
seis horas son obligados a competir sin la molesta presencia en la oreja de ese
trozico de plástico por donde suena la autoritaria voz del mandamás que conduce
el coche del equipo, lo cierto es que el Campeonato del Mundo de ciclismo élite
adquiere unas connotaciones ciertamente particulares que le confieren la vitola
de singularidad anteriormente referida.
No
negaré que me entusiasmó la germánica frialdad del bisoño junior, que soñaba
con hacer entre los diez primeros y alzó su brazo derecho al cielo ponferradino,
o que experimenté cierta empatía con Marianne Vos, tras precipitarse a la hora
de lanzar el sprint que sirvió para que una emocionada compañera de equipo gala
se llevase el anhelado maillot arcoíris. Cierto. Seguí con entusiasmo las
consecuciones de todos los maillots irisados, pero debo reconocer que la
carrera que realmente me entusiasma sobre las demás es la de los profesionales.
Quizá
sea por lo incierto de la misma. No son pocas las ocasiones en las que los
protagonistas se empeñan en llevar la contraria a los pronósticos que el
trazado o determinados favoritismos dictan a priori. En esta ocasión, todos los
vaticinios apuntaban a una llegada al sprint de un grupo más o menos numeroso.
Sin embargo, el primer sprinter, Kristoff, disputó la octava plaza. Magistral
movimiento del polaco Kwiatkowski
(a ver quién es el guapo que escribe su nombre sin el socorrido “cut&paste”)
en los kilómetros finales, impresionante labor de Gilbert, todo un Campeón del
Mundo remangándose el mono de trabajo a favor de su compatriota Van Avermaet y
gran resultado, una vez más, de Valverde. Éste volvió a subir al cajón por
sexta vez en su carrera. En esta ocasión, para recoger su cuarta presea de
bronce.
Da
la impresión de que el murciano corría con más presión que nunca. Quizá la
controvertida actuación del año pasado en esta misma carrera o las críticas
sobre sus actuaciones desde el Tour de Francia, motivaron que su actuación
fuera mirada con lupa. El propio protagonista había declarado horas antes de la
carrera que para muchos, fuera cual fuera el resultado, seguro que no sería
suficiente. Cierto. De hecho, su tercer puesto no ha contentado a una gran
parte de la afición. El que esto escribe no va a entrar a enjuiciar si una
medalla de bronce es un premio insuficiente. Seguramente porque cuando empecé a
ver mundiales de estos, los seguidores de este deporte de la bicicleta
aplaudíamos con las orejas cuando, de vez en cuando, un tal Juan Fernández
rascaba alguna medallica de bronce, aunque fuera de rebote (Ronse, 1988). En la
gloriosa “Era Induráin“, las medallas del navarro sabían a gloria aunque
ninguna fuera de metal más preciado. Y luego ya llegó el acabose con los oros
de Olano, Freire por partida triple y Astarloa. Debe ser eso. Que nos
acostumbramos a lo bueno y luego todo es poco. O quizá depende del protagonista
de la hazaña. Quién sabe.
Lo
cierto es que a Valverde, de un tiempo a esta parte, se le cuestionan en
demasía sus resultados. Y todo parece devenir desde su “medalla de chocolate”
en el último Tour. No es el primero al que le pasa que, después de ser apeado
del podio francés, ve como su capacidad deportiva es puesta en tela de juicio.
Me viene a la memoria un tal Olano tras el Tour’97, donde algunos quisieron ver
en él al sucesor de un tal Induráin. Es posible que el problema de Valverde, en
este aspecto, es que genera grandes expectativas. Debería fijarse en, por
ejemplo, Zubeldia. Todos sabemos que jamás ha tenido opciones al podio de
París, sin embargo, sus honrosos puestos en la clasificación general de la
ronda gala siempre han tenido el reconocimiento merecido, tanto por la afición
como por los medios de comunicación. No es que haya sido especialmente santo de
mi devoción el otrora amo de Piti, pero quizás sea verdad aquello de que más
vale caer en gracia que ser gracioso. Yo, personalmente, prefiero fijarme en su
espectacular palmarés, tanto en victorias como en lo que a plazas de honor se refiere.
Fotos: Facebook Michał Kwiatkowski