Se ha convertido en el culebrón del
verano. No sé muy bien si con la sana intención de obviar las nada halagüeñas
noticias que día a día ofrecen los tabloides o por el afán de satisfacer ese
lado fricki que todos, en mayor o menor medida, tenemos y que nos lleva a
elevar a la categoría de insigne una chapuza. Con todos los respetos y
reconociendo la buena intención de Doña Cecilia Giménez, lo acontecido durante
la recién finalizada canícula con la pintura del Santuario de la Misericordia
de Borja no raya en el esperpento, sino que lo es. Algo así como el ProTour en
el ciclismo, para que me entienda el amable lector, más versado en la ciencia
de la bici que en la que se exhibe en las pinacotecas seguramente. Y es que
comienza ese periodo de la temporada velocipédica donde nuestra capacidad de
asombro, todavía virgen, es capaz de hacernos sonrojar ante la realidad que se
nos promete para la próxima campaña. Merced al dichoso ProTour o WorldTour
hemos visto como desde su irrupción desaparecían carreras, ciclistas y equipos
en el peor de los casos o cambiaban su idiosincrasia como mal menor. El último
ejemplo de esto último, por mor de los dichosos puntitos UCI, es el del
Euskaltel-Euskadi que para sobrevivir en esta jungla de intereses de todo
menos deportivos, ha tenido que renegar del Rh negativo y abrir sus fronteras a
codiciados puntos foráneos. Me pregunto con qué maillot saldrá Ibarretxe en
bici a partir de ahora.
Este invento del ProTour se ha
convertido en un monstruo que lejos de fenecer, como se le auguraba una y otra
vez al finalizar pretéritas temporadas, ha devorado a algunos de sus propios
progenitores. La mayoría de los componentes del circo ciclista lo repudia, pocos
son los que loan sus virtudes y muchos los que critican sus veleidades, mas
todos se arrodillan ante este becerro de oro con dos ruedas. Dicen muchas voces
doctas que la culpa la tienen los artistas del sainete velocipédico, aduciendo
a la falta de unión de los ciclistas. Bien pudiera ser, pues el ciclismo es el
paradigma del esfuerzo y el sacrificio individual pero, a tenor de lo expuesto,
adolece de corporativismo y valentía. En este punto permítame el amable lector
que intente ilustrar lo dicho con una anécdota histórica, aunque no sé si
tendrá mucho que ver. A principios del pasado siglo, en 1917, el frente
golpista bolchevique encabezado por Stalin asediaba el Palacio de Invierno sito
en Petrogrado, sede del gobierno democrático ruso de Kérensky. Dicho enclave
había sido abandonado a la suerte de una pintoresca fuerza defensora. A la
sazón un batallón de mujeres, un
pelotón de inválidos de guerra, unos cuantos cadetes y un escuadrón de
ciclistas. ¿Adivina el perspicaz lector quiénes fueron los primeros en
desertar?.
Claro
está que los hechos demuestran que el ProTour sólo es nocivo, si lo es, cuando
de profesionales se trata. Y si no, sólo basta comprobar el excelso estado de
salud del ProTour Máster. En este caso, huelgan avales empresariales. Aquí se
garantiza la pervivencia del equipo con el peculio particular de aquel
agraciado ciclista que tiene el privilegio de formar parte de tan elitista
casta deportiva. Tampoco es menester presentar pasaporte biológico alguno ni
demás, permítanme la expresión, chorradas. La ética es algo intrínseco en el
ciclista Máster ProTour. ¿Quién estaría tan sumamente alienado para pasarse al
lado oscuro por una simple “chapa” o por una humilde reseña en cualquiera de
los blogs que glosan las excelencias de los campeones de la categoría?.
Y es que la fama y el reconocimiento
pueden avocar al más íntegro a las tinieblas de ese “lado oscuro” mencionado.
O, al menos, eso se desprende de lo expuesto por el arrepentido David Millar
tras ver su ya célebre vídeo en “Informe Robinson” (si dispone de cerca de media hora libre, haga click aquí para verlo). Como documento gráfico no está
mal: buena fotografía, bonitos paisajes, imágenes evocadoras de carreras ya casi
olvidadas, una emotiva historia que empatiza con el espectador,… e incluso
alguna frase lapidaria como que “las historias del ciclismo están hechas de una
naturaleza épica, mucho más humana (respecto al resto de deportes), donde más
que el resultado, importa lo vivido” digna de marco. Sin duda, cumple con creces su
cometido: promocionar su libro e intentar lavar la imagen del ciclista. El
reportaje explica como “de 2001 a 2003 la EPO forma parte fundamental de un
plan de entrenamiento que le marca un médico español”. No nombra al galeno,
pero imagínense a qué “equipo facultativo” se refiere.
Lo que ya no se cómo catalogar es la
aportación del inefable Christian Vande
Velde, presentado como “gregario de Lance Amrstrong en cinco de los siete Tours
que ganó el norteamericano”, quien camuflado con una ingenua sonrisa que
pretende ser candorosa nos dice que “a mí no me afectaba que hubiera ciclistas
haciendo trampas, porque yo no era de los mejores. Yo trabajaba para los
mejores. Así que no era yo el que quedaba segundo o séptimo. No me afectaba
saber quién podía estar dopándose. Yo quedaba en el puesto setenta, así que me daba
igual que hiciera el resto”… y se queda tan ancho. Es decir, formas parte del
elitista equipo que rodea a Lance Armstrong en pos de su máximo objetivo durante un lustro seguramente sin
importar si andas o no andas. Porque, claro, en tu caso se demuestra tu
rendimiento según el puesto que logras al llegar a meta. Permítanme que sea
escéptico ante las apalabras del norteamericano, habida cuenta que antes de
correr en el Garmin, tras hacerlo bajo el “paraguas” de Bruyneel (US Postal
Service), lo hizo para Manolo (liberty Seguros) y Riis (CSC).
Es también muy entrañable el momento
en el que David Millar afirma que “adoro a Tony (Rominger). Me pareció muy
bonito que Tony fuera sincero conmigo. Me dijo lo que había. Que era casi
imposible ganar una gran vuelta sin doparse”. Teniendo en cuenta que el suizo
había ganado cuatro grandes vueltas (tres Vueltas y un Giro) cuando le dio tal
consejo, seguramente la habrán saltado lágrimas de emoción al ver tamaña
muestra de afecto. El otro gran campeón que a buen seguro estará muy agradecido
por las palabras del escocés es, sin duda, su ídolo Miguel Indurain. David no
duda en reconocer que no cree que el navarro “ganara limpio todos los Tour de
Francia. Lo que creo es que al menos un Tour sí lo ganó limpio”, antes de
deshacerse en elogios hacia el de Villaba y sentenciar reconociendo que “el
tema de fondo es que yo sería incongruente con la postura que defiendo si te
dijera que pienso que Miguel corrió limpio toda su carrera. Pero te aseguro que
jamás haría nada que pudiera manchar lo que es Miguel Indurain”. No me negarán
que el chico tiene un sentido de la higiene un tanto particular,
independientemente de la veracidad que cada uno le otorgue a su testimonio.
Seguramente por culpa de aquellos
polvos, hoy estamos enfangados en estos lodos que sumen al ciclismo en una
crisis sin precedentes desde hace casi una década. Las malas noticias se
suceden una tras otra. Algunas muy tristes como las de Víctor Cabedo o el
compañero de mili de quien esto escribe Juan Carlos Vicario, recientemente.
Otras menos trágicas, pero no por ello dejan de ser lamentables como la
desaparición de un equipo, élite/sub-23 en este caso. Después de casi treinta
años de andadura, la temporada 2012 ha sido la última del mítico CAI-C.C.
Aragonés. Una formación elitista en su comienzo que, de alguna manera, fagocitó
el ciclismo aficionado aragonés provocando la paulatina desaparición de algunas
escuadras amateur o debilitándolas en el mejor de los casos. Mas lo que nadie
podrá poner en tela de juicio es la enorme labor de promoción realizada a lo largo
de su historia que posibilitó el paso a profesionales de no pocos ciclistas. Ahora
un puñado de chavales que representa a la casi totalidad del ciclismo
élite/sub-23 aragonés, se quedan sin una formación que les ayude a abrirse paso
en esta cada vez más complicada categoría. No obstante, siempre les quedará la posibilidad
de recalificarse o dar el salto, según se mire, al Máster WorldTour y tener la
oportunidad de competir con veintitantos años contra veteranos de cuarenta,
cincuenta e, incluso, alguno de sesenta.
Corredores del CAI, entre ellos César Latorre, en sus inicios. |
Algunos carajillos como Gerardo o Diego han lucido los colores del CAI. |
Sebas también ha dado lustre al maillot del CAI-C.C. Aragonés. |
Se habrán dado cuenta que hoy estoy
especialmente locuaz y es que los días lluviosos, con la temporada agonística
ya finalizada, es lo que tienen. Voy terminando, no se preocupen, pero no me
gustaría hacerlo sin una reseña positiva de este nuestro deporte favorito. Me
refiero a la magnánima victoria de Philippe Gilbert en el pasado Campeonato del
Mundo. Una carrera en la que lo único destacable es precisamente el triunfo del
belga y los últimos cinco kilómetros de carrera. En esta ocasión, el arco de
San Chuan, permítanme esta denominación aragonesa del arcobaleno, ha hecho
justicia y se ha posado sobre un corredor merecedor de lucirlo, por lo menos,
una temporada a lo largo de su carrera deportiva. Y es que la fortuna del arcoíris
ha sido en ocasiones caprichosa. Jamás le perdonaré que corredores como Sean
Kelly o Laurent Jalabert no tuvieran la oportunidad, ni una sola vez, de vestir
con el maillot más bonito del Orbe Ciclista. Dadas las circunstancias, crucen
los dedos los infieles y recemos los creyentes para que la UCI no le encargue a
Doña Cecilia Giménez el diseño del maillot
que distingue al Campeón del Mundo de ciclismo.
©BMC/Tim de Waele |