Ronse 1963
Aquel mundial de 1963 suponía la oportunidad perfecta para que Rik II, el “Emperador de Herentals”, se encumbrase ante su público como el mejor ciclista belga de la historia (todavía un tal Eddy Merckx estaba forjando la leyenda que le auparía al más alto estamento del Olimpo Ciclista). Rik Van Looy estaba a un paso de alcanzar su tercer maillot arcoíris. Para lo cual, presentaba sus credenciales: un impresionante palmarés en las más importantes carreras de un día, amén de multitud de etapas en Tour y Giro, y una potente selección belga adiestrada con el único objetivo de llevar a su líder en las mejores condiciones a la recta de meta, donde su veloz compatriota impusiese su incontestable punta de velocidad.
El escándalo estaba servido. En un ciclismo, como era el de aquellos años, donde las jerarquías estaban estrictamente definidas, la osadía del prometedor belga había transgredido una de las más sagradas leyes del deporte del pedal. Los compañeros de selección no celebraron el excepcional doblete. Durante la posterior ceremonia del podio, donde apenas se percibieron unos tímidos aplausos, la tensión fue patente. El holandés Jo de Haant, digno convidado de piedra, pretendía permanecer ajeno a la situación. Van Looy, destrozado y traicionado, apenas podía levantar la mirada del suelo, evitando cruzarla con la del nuevo Campeón del Mundo que esbozaba una tímida sonrisa en lo alto del podio, ignorante de que aquel iba a ser el final de su prometedora carrera ciclista.
Las tres grandes potencias “mundialistas” (a la sazón Bélgica, Italia y Francia) controlaban una carrera muy disputada. En la fase final de la misma, una avanzadilla de nueve unidades mantenía una exigua diferencia sobre el mermado pelotón. Belgas e italianos contaban con dos efectivos respectivamente. El experimentado Nevens y el jovencísimo Ballerini, destacados un puñado de segundos, permitían que sus compañeros Planckaert y Bontempi rodasen cómodamente vigilando a uno de los principales favoritos que había logrado inmiscuirse en la fuga, el alemán Rolf Golz. El combinado español, también portaba un representante en vanguardia, Alvaro Pino, que defendía los intereses de su jefe de filas para la ocasión, Juan Fernández. No en vano, es la selección hispana la que toma las riendas del grupo principal y, comandados por Indurain, Aja y Rodríguez Magro, consiguen enjugar la ventaja de los de delante. A dos vueltas del final, el público belga coreaba el nombre de “Eddy, Eddy” al ver pasar, con apenas dieciocho segundos, al único superviviente del intento: su compatriota Eddy Planckaert. Durante la penúltima vuelta, se sucedieron los ataques y, merced a ellos, se compuso un grupo en cabeza que sería el que se jugaría la victoria. En esta ocasión, Francia contaba con superioridad numérica, mientras que Bélgica y España conseguían el objetivo de colocar en vanguardia a sus jefes de fila. Al comienzo del último giro, el sonido de la campana de meta se vio ahogado por el rugido de un enfervorizado público que, entusiasmado, presenciaba el demoledor ataque de Claude Criquielion en la zona que representaba la mayor dificultad del trazado. Nadie le puede seguir en primera instancia y el grupo que le acompañaba pierde su unidad. Tan sólo el joven italiano Maurizio Fondriest, merced a un potente demarraje, es capaz de llegar a la rueda del belga e inmediatamente le ofrece el relevo. La sintonía entre ambos, a falta de poco más de una decena de kilómetros para el final, es perfecta. Los relevos se suceden, sabedores de que la diferencia con los perseguidores es escasa. Estos se recomponen en apenas nueve unidades y los franceses, en lugar de tirar a relevos, deciden arrancar a por la pareja de cabeza. Ronan Pensec es el primero en intentarlo, pero se queda en tierra de nadie. Laurent Fignon sucede a su paisano en el empeño, pero también es en vano. El siguiente es Martial Gayant que se lleva consigo la rémora del italiano Cassani. Lejos de contactar con los dos destacados, los parones que suceden al aborto de estos intentos, permiten mantener la ventaja de aquellos. A unos cinco kilómetros para la llegada, el canadiense Steve Bauer que ese año había firmado su mejor actuación en el Tour con un cuarto puesto, remacha un postrero intento de Pensec. Nadie responde de inmediato al americano y es Gayant quien lo hace, pero tarde, incapaz de cogerle la rueda. Criquielion y Fondriest siguen porfiando en el empeño. A medida que se adentran en el casco urbano de Ronse, el belga, haciendo valer su experiencia, intenta meter presión al joven italiano advirtiéndole de la inminente presencia de los perseguidores. Dentro del último kilómetro, relajan el ritmo por mor del típico ritual de vigilancia de cara al sprint victorioso. Circunstancia que es aprovechada por Bauer que logra contactar con ellos a setecientos metros de la línea de meta. Las miradas entre los tres se suceden, los nervios a flor de piel, sabedores que la pericia al sprint del rival puede suplirse por la mayor reserva de fuerzas de uno mismo. Comienza el serpenteo característico de un lado a otro de la calzada, de la valla izquierda a la derecha. La meta está allí delante, donde la pendiente de la calle adquiere una inclinación superior al 10%. A doscientos metros de la misma, el rubio canadiense lanza el arreón definitivo que es contestado por sus dos rivales. El belga pretende rebasarle por el lado derecho, el más cercano a las vallas, mientras el italiano prefiere hacerlo por el otro. Criquielion, el ídolo del público, comienza a remontar y Bauer decide sentarse para cambiar de desarrollo, cuando nota su presencia a su diestra. No duda en cerrarle contra la valla. Su codo contacta con Criquielion que desestabilizado, en pleno esfuerzo supremo, choca contra la misma cayendo al suelo. El público no da crédito a lo que está presenciando. Nadie ve como Fondriest vuela hacia la línea de meta, mientras que Bauer, abrumado, apenas da unas cuantas pedaladas más. Criquielion se levanta instintivamente, pero es consciente de que su sueño se ha esfumado. Impotente, levanta el brazo reclamando. Su bici tampoco está por la labor de finalizar esa pesadilla rodando y no le queda más remedio que arrastrarla hasta la línea de meta. Los perseguidores van llegando ajenos a lo sucedido. Juan Fernández no tiene rival en el sprint por el que a priori, iba a ser el quinto puesto, mientras se oyen los primeros silbidos y abucheos. Finalmente, Bauer será descalificado, lo que permitió a Luis Puig, presidente de la U.C.I., colgar el bronce alrededor del cuello de Juan Fernández.
Claude Criquelion interpuso una demanda judicial contra Steve Bauer, cuyo proceso duró mucho tiempo y que, finalmente, exculpó al canadiense. Para quien el incidente de Ronse no supuso una rémora en su carrera deportiva que se dilató hasta 1996 con triunfos del prestigio de Campeonato de Zurich o Dauphiné, entre otros.