Ser ciclista profesional debe ser una gozada. Cada uno de los componentes de la variopinta factoría de ciclismo del más alto nivel tiene perfectamente asumido su rol. Además, dados los adelantos técnicos de los que se benefician y la forma de correr impuesta por los que llevan la voz cantante que suena por el hilo musical del pinganillo, apenas queda un mínimo resquicio para la improvisación y los errores que, dicen, son condición inherente al ser humano. Todo está calculado y ninguna acción sobre la bicicleta de competición está sujeta al azar. El rendimiento del ciclista de élite está sujeto a los más concienzudos estudios de marketing, a las más contrastadas teorías estratégicas y a los no memos elaborados planes de empresa. Por todo lo anterior, no me cabe la menor duda de que en la resolución de la recientemente celebrada Milán-San Remo todo lo acontecido tenía un motivo que, a buen seguro, se nos escapa a todos los que nos creemos que sabemos algo de ciclismo, tan sólo por haber homologado una cantidad ingente de horas frente a un televisor viendo carreras. El ataque de Nibali en los últimos metros del Poggio para hacer valer sus cualidades en el descenso del mismo, se da en una asignatura “maría” de primero. La respuesta inmediata de Gerrans al movimiento de uno de los favoritos más en forma, también es de libro. La reacción de Cancellara que no podía permitir que otros se adelantaran a su maniobra, es digna de los más elementales apuntes de ciclismo.
A partir de ahí, destacar la velocidad del suizo en el descenso que diluye las contrastadas facultades “bajadoras” del italiano y les catapulta a los últimos kilómetros llanos, previos a la línea de meta, con una diferencia que puede valer o no. Cancellara, a tope, pide el relevo y, lógicamente, Nibali, inferior a sus compañeros de escapada en el sprint, decide salvaguardar las opciones de su veloz compañero Sagan que viene muy cerquita por detrás. Simon Gerrans es el más rápido de los tres. Y me pregunto: ¿Por qué tiene que tirar si Cancellara ya lo hace con las suficientes garantías para llegar?. Como decía al principio, si Nibali no pasa es por algo, si no lo hace Gerrans también tendrá su motivo y si Cancellara sigue tirando, sabiendo que el último "relevo" a cien metros de meta seguro que lo va a recibir, también tendrá uno objetivo que seguro no está siendo planteado a 190 pulsaciones y encima de una bici por las calles de San Remo.
Ser ciclista profesional debe ser una gozada. Todo lo anteriormente expuesto se asume, pues es parte del ciclismo y de los diferentes intereses que se conjugan en un lance ciclista. Esta misma situación de carrera en la sacrosanta categoría Máster, sería objeto de todo tipo de críticas y desaires. Pues está peor considerado aquel del que dicen que da menos relevos que los demás (aunque se trate de una versión subjetiva) que otro que da positivo en un control antidoping o aparece en una lista sospechosa de clientes de un determinado establecimiento. No son pocas las voces, en esta exitosa categoría, que claman por un ciclismo que se rija por reglas análogas al boxeo. Que el vencedor de una carrera, si se diera el caso, fuera aquel que contabilizase mayor número de relevos o una ingente cantidad de demarrajes. También se podría adoptar el método de clasificación de la gimnasia rítmica y que un jurado entendido, versado en múltiples foros y blogs al uso, emitiera su veredicto sobre quién merece ganar la carrera, atendiendo a unos criterios que, a buen seguro, se corresponderían con las directrices que marcan el resurgir del ciclismo desde la categoría que nos ocupa. Pero, repito, este método de clasificación para ser objetivo y justo debería ser auspiciado por eruditos en la materia Máster, se entiende. Dejar esta iniciativa en manos ajenas a la sabiduría de aquellos, podría acarrear consecuencias, cuando menos, paradójicas. Para demostrarl o, les propongo el siguiente experimento: Háganse con una simple calculadora, lean las crónicas de una carrera máster en varios blogs y foros, y vayan sumando los kilómetros que los protagonistas de las mismas dicen que han ido tirando en cabeza con el resto de participantes aprovechándose de su esfuerzo. Observarán que una vez leídas no más de diez crónicas, la suma de los kilómetros en los que les ha dado el aire en los morros a los sucesivos autores excede en una media de 230 kilómetros la distancia real de la carrera en cuestión. Misterios matemáticos aparte, no me negarán que dejar el resultado de una carrera máster al albedrío de cualquiera es harto arriesgado.
Como siempre me apresuro a puntualizar, el humilde “juntaletras” que esto escribe, no pasa de ser un simple becario que se limita a aglutinar las opiniones que vierten los carajillos sobre diversos temas referentes a su deporte favorito. Digo esto, por si alguno de nuestros amables lectores ya ha orientado su punto de mira hacia el pianista.