domingo, 27 de noviembre de 2011

Los tiempos de "El Tejón"

Eran otros tiempos. No cabe duda. Tiempos en los que existía un ciclismo donde lo realmente importante era el ciclista. Apenas tenía importancia qué tipo de ruedas llevaba tal corredor, ni el casco, ni la bicicleta, ni el maillot, ni… lo importante era el ciclista. Quizá por ello, no existía la necesidad de inventar el pinganillo. El protagonista del espectáculo era el deportista. Tampoco las “vitaminas” eran como las de ahora, sino meros “bombazos” que apenas edulcoraban la realidad. De ahí que tuviese incuestionable vigencia aquel axioma que denunciaba que “de un cerdo nunca se puede hacer una caballo de carreras. En el mejor de los casos, conseguiremos un cochino veloz”. Hoy en día, convendrá conmigo el amable lector que no es inusual ver por las carreteras, con o sin dorsal, a algún fozín a mayor velocidad que muchos “pura sangre”.

Era pues aquella época dada a la creación de mitos, de héroes forjados en la épica de un deporte en el que por encima de todo estaba el ciclista. Y como quiera que en todo colectivo, por elitista que sea, emerge algún congénere que destaca por encima de los demás, se daba también una figura ciclista hoy extinguida: “el Patrón del Pelotón”. Acostumbraba a ejercer tal cargo, normalmente, un corredor que destacaba tanto por sus victorias, como por su personalidad. En ocasiones, las menos, se daba el caso de patrones que sólo lo hacían en una de las dos cualidades apuntadas. Uno de los últimos patrones, sino el último, del ciclismo mundial ha sido el francés Bernard Hinault. Cuyo carácter era tan incontestable como sus cualidades físicas para nuestro deporte favorito. Me abstendré de destinar estas líneas a ofrecer un panegírico del palmarés del ilustre bretón, sobradamente conocido por el entendido lector. Tan sólo les invito a compartir algunos momentos de su excelsa y dilatada carrera que permitan hacernos una somera idea de la impronta dejada por este campeón en la Historia del Ciclismo.



Tour de Francia 1980
La temporada 1980 difícilmente podía ir mejor para Bernard Hinault, con una épica victoria bajo la nieve en la Lieja-Bastogne-Lieja y su segundo triunfo consecutivo en el Giro de Italia. En el Tour de Francia, el “Tejón” ganó su primer prólogo en Frankfurt. La contrarreloj en el circuito de Spa-Francorchamps evidenciaba su dominio de nuevo y parecía que nadie podía entorpecer el camino hacía su tercer Tour consecutivo. Posteriormente, el frío y la lluvia de la quinta jornada, sobre los resbaladizos adoquines que conducen a Lille, no fueron impedimento para ganar aquella larga etapa de manera convincente. Pero, a consecuencia de todos esos duros esfuerzos, sobreviene el dolor. La lacerante punzada de una tendinitis en la parte posterior de su rodilla izquierda, desaconseja seguir al francés por riesgo a dañar de una manera irreversible su rodilla.


Se retiró, todavía vestido de amarillo, antes del inicio de la primera etapa de montaña de Luchon. Joop Zoetemelk heredó la túnica púrpura, pero se negó a llevarla por respeto. No obstante, el tenaz holandés no tardaría en hacerse por derecho propio con el liderato y, respaldado por la potente escuadra TI Raleigh, se adjudicó la victoria final.

La prensa francesa criticó a Hinault por abandonar aquel Tour de 1980. Ríos de tinta vituperaron su retirada. Aquello provocó de tal manera al iracundo bretón que no veía el momento de viajar al Campeonato del Mundo que aquel año se celebraba en Sallanches. Tenía algo que demostrar.






Mundial de Sallanches 1980
Antes del comienzo de la última vuelta, “Gibi" Giambattista Baronchelli era el único corredor que lograba mantener la compañía del tejón. El francés, con una abrumadora superioridad voló hacia la victoria. Encendido, espoleado por la crítica de los medios de comunicación franceses.

Tras acallar a la prensa gala con su demoledora prestación en uno de los más duros circuitos mundialistas al que se debían dar veinte vueltas, que incluía la ascensión a la dura Cota de Domancy, y que apenas pudieron terminar una quincena de corredores, Hinault explicó posteriormente su exhibición: “No tenía ninguna duda. Ha sido algo increíble. Tenía que hacerlo así. No creo que Michel Platini tiemble antes de patear el balón o Bjorn Brog reflexione mientras sube a la red en la pista de tenis. Ellos también son unos “killers””.




“El sueño se ha hecho realidad. Soy Campeón del mundo. Es el día más bonito de mi vida”.





Flecha Walona de 1983
En la primavera de 1983, Bernard Hinault ya se había hecho acreedor de un lugar en el Olimpo Ciclista. Cuatro Tours, tres Giros, una Vuelta, un Mundial, dos Lieja-Bastogne-Lieja, París-Roubaix, Lombardía, Amstel, tres Dauphiné… El bretón era capaz de imponerse a sus rivales en todos los terrenos: excelente escalador, formidable contrarrelojista (cinco G.P. de las Naciones lo avalan) y notable esprinter. Su leyenda no dejaba de acrecentarse y podía permitirse privilegios impensables en aquella época. En la Flecha Walona de aquel año, lució un maillot diferente al resto de sus compañeros del Renault. El “Tejón” iba enfundado en un maillot negro que quizá le confería un aspecto más letal y agresivo, mientras que el resto de sus compañeros, como Lemond y Madiot, portaban el tradicional maillot amarillo/negro/blanco de la firma automovilística francesa. Hinault se impuso, merced a su poderoso sprint, a un selecto grupo de elegidos. Posteriormente, extendería su dominio en tierras hispanas para imponerse por segunda vez en la Vuelta. Una victoria que le costaría muy cara. Su rodilla volvió a decir basta y se perdió las más grandes citas de ese año y el siguiente. Un duro paréntesis antes de volver para ganar otro Tour y otro Giro.