Silencio. Un espeso silencio que impregna el asfalto que pule las rampas del páramo pirenaico. Algunos animalillos autóctonos se acercan tímidamente a las cunetas y, erguidos sobre sus cuartos traseros, tensan sus orejas para intentar oír algún sonido que delate la presencia del hombre. En concreto, de esa extraña variedad de humanos que a diferencia de sus congéneres que andan sobre unas estilizadas patas, utilizan una suerte de frágiles extremidades redondas para desplazarse, tocados con unos llamativos pelajes o plumajes polícromos en una rara suerte de ritual de reclamo. Su instinto, educado en los últimos veinte años, les dicta que hasta dentro de un año ese raro espécimen humanoide no volverá a perturbar su tranquilad.
Y es que el pasado sábado culminó, para una gran mayoría de bicicleteros, la temporada ciclista con la participación en la Quebrantahuesos. A partir de ahora, para éstos la campaña languidecerá sin apenas motivación alguna. Sin embargo, siempre quedará el recuerdo de esas horas de sufrimiento y disfrute rodeado de miles y miles de ciclistas de muy diversa condición. Por supuesto, algunos carajillos no pudieron substraerse de los cantos de sirena que todos los meses de junio invitan a participar en la multitudinaria prueba ciclista, ajenos a la disputa de los puestos de honor que dan derecho a ocupar reseñas en los tabloides locales, regionales e incluso nacionales. Curioso cuando desde la propia Organización de la prueba se afanan en recalcar que se trata de una “cicloturista”, si bien, no les duelen prendas en colmar de oropeles a los primeros que llegan a Sabiñánigo. De todos modos, nadie recordará el nombre del vencedor de la vigésima primera edición de la Quebrantahuesos, un tal Belda, no así la gracia del primer aventurero de la jornada que perdurará por siempre en la memoria del colectivo ciclista.
Desde el chupinazo de salida, el ritmo de carrera se antojaba más rápido que en anteriores ocasiones. Remontar a las plazas nobles del milenario pelotón requería de un mayor empeño. No en vano, el Caja Rural iba marcando un exigente ritmo en cabeza. Rubén “Carajillín” y Felis iban escalando posiciones, en un ímprobo esfuerzo, hasta alcanzar las de vanguardia. Una vez conseguido el objetivo, Rubén no dudó en hacer valer sus opciones con una táctica ya utilizada con éxito en el reciente Campeonato de Aragón de ruta celebrado, precisamente, en Sabiñánigo. Aprovechándose de la permisividad que gozan “los que no cuentan”, al igual que en aquella ocasión, demarró cuando apenas se llevaban cumplimentados un puñado de kilómetros. Arrancada fulgurante, como una “instalación”, por el lado derecho, Iñigo Cuesta que encabezaba el gran grupo, gira levemente la mirada hacia su diestra comprobando, impotente, como “Carajillín” logra una ventaja difícil de enjugar. Se gira buscando ayuda en el resto de acompañantes, pero se topa con un corredor a su rueda que porta el mismo maillot que el madrugador aventurero. Es Felis que se apresura a espetarle: “Lo siento, pero llevo a uno delante. A mí me vale”. Por delante, Rubén porfía en el intento, sabedor de que la empresa no es fácil, pero él es capaz de eso y de mucho menos. Bien fuera porque el viento hostigaba de cara, bien por el ímpetu de un pelotón de cerca de ocho mil ciclistas, lo cierto es que Rubén dio por terminada su aventura después de trescientos gloriosos e interminables metros de escapada. Mientras Iñigo Cuesta se acercaba a él, Felis, todavía en misión de tenaz controlador, le preguntó: “¿Ya?”, a lo que nuestro protagonista respondió: “Ya vale, ya”. Lejos de dejarse engullir por el grupo, todavía tuvo arrestos para colocarse a la par del de Villarcayo para charrar un ratico con él, como diciéndole aquello de “Iba bien, eh!”. El resto de la carrera, los 190 kilómetros restantes, apenas suscitaron más interés que lo hasta aquí narrado. Rubén “Carajillín”, Rubén “Lenguagato” y Felis lograron realizar el recorrido juntos, hecho éste que fue motivo de alegría y celebración en la línea de meta, donde Felis, en un alarde de generosidad, invitó a todos sus amigos a cervezas, no dejando pagar a nadie. Todo un detalle que esperemos se vea recompensado en lo sucesivo. A Gerardo le faltó un poquito para llegar con el “Trío Calaveras”, mientras que Cera recibió la visita, de dudosa oportunidad, de un amigo francés en el Portalet, un tal Monsieur Mazó, mientras que Dani y Sebas, en un alarde de insociabilidad, se fueron por delante sin querer saber nada del resto de carajillos.
Ya ha pasado la Quebrantahuesos. Un año más. Y ahora, ¿qué?. ¿Hay vida ciclista más allá de la gran cita serrablesa?. Pues, aunque les cueste creerlo, sí. Los de El Carajillo Alegre estamos convencidos de ello y en lo sucesivo, en las siguientes semanas, se lo demostraremos desde este su espacio en internet, dando cuenta de nuestras ocurrencias, vivencias y peripecias sobre la bici.
El "Trío Calaveras", en los últimos kilómetros del Portalet, en uno de los raros momentos de silencio de David.
En la llegada. En pleno proceso de hidratación.
Gerardo en el Somport.
Felis y Rubén subiendo al "Puente del Ruso" en Somport.
Willy luciendo los colores de El Carajillo Alegre en el Somport.
Rubén "Lenguagato" hizó el mejor tiempo de un ciclista de San Mateo en la historia de la QH.
Rubén y Felis en Hoz de Jaca. (foto de Adrenalina Utebo).
Angel, primo de Rubén "Lenguagato", vino desde León para hacer la QH.
Dani "el Contaminao" logró su bonito reto y concluyó la QH con la bici de su abuelo (si desea conocer más sobre esta historia seguir el siguiente enlace). Lo siguiente es pasar por la peluquería para hacer algo con el "maravilloso" peinado con el que posa para nuestro fotógrafo.
Jornada de recuperación. El día después de la QH, se impone hacer acopio de reservas para posteriores objetivos.
¡Qué mala suerte!. Ni un inoportuno pinchazo puede amargar tan reconstituyente momento. "Iba bien, eh!".