miércoles, 27 de enero de 2010

La grupeta del Actur

Como quiera que rememorar viejos tiempos tiene buena aceptación entre los sufridos lectores de este blog, hoy les voy a pedir que me permitan desempolvar algún que otro recuerdo del desván de la memoria.

Les hablaré de una época en la que los aficionados al ciclismo rara vez se dedicaban en exclusiva a la práctica del mismo. Si bien ya existían, los “engañapadres” eran una especie atípica que apenas se daba por estos arcenes. Es por ello que la mayoría de la fauna bicicletera gustaba compartir su afición con otras obligaciones menos lúdicas, con lo cual, había que afanarse en robar, en beneficio de la bicicleta, ese preciado elemento que gestionan los relojes. Bueno, más o menos, como ocurre ahora.

Las primeras pedaladas de la temporada tenían el handicap de la escasez de horas de luz solar que perjudicaba a aquellos que sólo podían entrenar por la tarde. Parece ser que en esto tampoco hemos evolucionado mucho. Se imponía, por tanto, la necesidad de buscar alternativas a la luminosidad del Astro Rey y los primarios polígonos, tocados con sus bisoñas farolas, constituían la mejor opción.


En aquella época, hace un par de décadas, el zaragozano polígono Rey Fernando de Aragón, comúnmente conocido como Actur, era sólo un germen de civilización. No existía el PRYCA y la actividad comercial circundante apenas hacía presagiar su estatus posterior. El volumen de circulación motorizada se reducía a la mínima expresión, con lo que el enclave se antojaba perfecto para rodar en bicicleta durante horas huérfanas de sol. De vez en cuando, algún agente municipal nos recordaba la necesidad de ir convenientemente iluminado, cosa que hacíamos con desgana recurriendo a una suerte de linterna que se llevaba sujeta al brazo y que emitía una tenue luz que cumplía tímidamente con el precepto.

En esta foto de 1985, se observa al fondo la rotonda de Juslibol.

El recorrido del circuito constaba de unos cinco kilómetros aproximadamente, teniendo en cuenta que en aquella época todavía no mancillábamos nuestros manillares con esos diabólicos y antiestéticos aparatos que servían para medir la velocidad de nuestras bicicletas. El trazado recorría las calles María Zambrano, Camón Aznar, Pablo Ruiz Picasso, Gertrudis Gómez de Avellaneda y Luciano Gracia, con la máxima dificultad “montañosa” de la ascensión a la rotonda de Juslibol, donde ubicábamos, en ocasiones, una imaginaria línea de meta.
Allí nos juntábamos ciclistas de diferente condición: desde estudiantes que acudíamos después de clase, hasta profesionales de cualquier sector tras la jornada laboral, pasando por foranos que estaban haciendo la mili en Zaragoza y aprovechaban el tiempo del paseo para entrenar. Se constituía, de esta manera, por eclosión natural, lo que hoy denominaríamos la “Grupeta del Actur”, cuando el término “grupeta” era desconocido en aquellos tiempos. No había una hora que determinase la cita para entrenar, pues cada uno acudía dependiendo de su disponibilidad horaria, sabiendo que siempre encontraría a alguien rodando por el circuito. Algunos venían directamente después de culminar sus obligaciones estudiantiles, profesionales o militares, mientras que otros, tras rodar por la carretera, aprovechaban para completar el entrenamiento. Había días en los que se conformaba una grupeta bastante numerosa y, otros, en los que había componentes de la misma que apuraban hasta cerca de las diez de la noche. El ambiente era tal, que en ocasiones, compañeros que tenían la posibilidad de entrenar en la carretera o en otro horario, preferían unirse a la “Grupeta del Actur”.
Antaño, incluso se celebraban carreras en el popular barrio zaragozano. La foto muestra un intento de fuga de Lapeña (C.C. Cariñena) y Felis (C.C. Romareda) en el Trofeo Fiestas del Actur (29/06/86) para cadetes. En el solar que aparece en la imagen, hoy en día está ubicado el Carrefour.
Muchos fueron los integrantes, unos fijos y otros ocasionales, de aquella caterva ciclista. Por ella pasaron los Baraza, los hermanos “Leoni” (José Miguel y Carlos),… los juveniles del equipo Sprint como Fradejas, Moros, Sariñena, servidor… o Platero del Muebles Rey, militares como Chavi Vila del RAM de la U.C. Tona o un valenciano que hacía la mili en Valdespartera … citar a todos sería sumamente difícil. Pero el más insigne de todos fue un mozarrón del norte que estaba en Zaragoza haciendo el servicio militar y que estaba llamado a codearse con los grandes del pedal. Era aquel un joven prometedor que había dado muestras de su clase en el mejor equipo de aficionados de segunda del País Vasco, el Cafes Baqué. Eran tales sus aptitudes que interesó a uno de los mejores equipos de la época, el KAS de Sean Kelly o Peio Ruiz Cabestany, entre otros. Como quiera que el chaval todavía tenía que cumplir con las obligaciones militares, en KAS decidieron que el año de la mili lo pasara en el equipo filial de aficionados antes de debutar, un año más tarde, en profesionales. La fortuna no estuvo de su lado, porque al año siguiente, KAS desapareció y nuestro protagonista tuvo que correr un año más en aficionados, concretamente en el Kaiku, antes de pasar definitivamente a profesionales con el Banesto de Perico Delgado y Miguel Indurain.


La primera vez que vi a José Ramón Uriarte fue en Ciclos Actur, tienda hoy desaparecida. Allí estaba con su impoluta indumentaria del KAS, idéntica a la de los profesionales. Fue la primera vez que contemplé de cerca una de esas chaquetillas de invierno que comercializó Exteondo y que llevaban un gorro en la espalda que, dicho sea de paso, casi nadie usaba. Aquel ciclista de parca cabellera me pareció enorme, mientras intentaba que le arreglasen un radio que se le había roto de la rueda trasera de su flamante Vitus. A partir de una breve conversación, se convirtió en asiduo integrante de la “Grupeta del Actur”. Pero no uno más. Desde un principio, era patente que su clase era muy superior a la del resto de los allí presentes. Las noches de cierzo, nadie osaba darle relevos y, con el paso de las vueltas, más de uno y de dos, desistían en el empeño de seguir su rueda, pese a que en alguna ocasión aseguraba, sin el crédito de los demás, que iba apajarado. Recuerdo que era un tipo amable, no excesivamente locuaz, con una piel nívea, pero no me pregunten cómo eran sus piernas, pues nunca pude contemplarlas despojadas de sus eternas perneras, incluso cuando se animó a participar en la carrera de Zuera, donde se limitó a hacer acopio de primas.

Después le vimos en la tele acompañando a Miguel Indurain en no pocos de sus éxitos, convirtiéndose en uno de los gregarios más afamados del pelotón profesional internacional. Conquistó algún éxito individual en la élite, pero ahora se hace acreedor de nuestra admiración por la iniciativa que está llevando a cabo de crear una fundación de ayuda contra el cáncer.