Esta semana hemos sabido que los abogados de Davide Rebellin tienen la intención de impugnar la decisión del Comité Olímpico Internacional de retirarle la medalla de plata y el diploma olímpico, porque considera que ésta fue lograda mediante trampas. En este caso, ayudándose de sustancias no permitidas que habrían aumentado el rendimiento del ciclista italiano. Además, el austriaco de apellido impronunciable, Christian Pfannberger, ha sido castigado con “cadena perpetua” por dar positivo en un control realizado fuera de competición.
Pero esta semana también nos ha dejado más noticias relacionadas con los que hacen trampas en el deporte. Parece que hasta un total de doscientos partidos del juego del balón han sido amañados por las mafias de apostadores. Ente ellos, tres de la Liga de Campeones y doce de la Europa League. Dichas mafias operaban desde Alemania y tenía “sucursales” por el resto del continente. La fiscalía de Bochum ha dirigido una serie de investigaciones, a consecuencia de las cuales ya ha habido hasta quince detenciones. Según un directivo de la UEFA, Peter Limacher, se trata del mayor escándalo que se ha dado nunca en este deporte en el viejo continente, pues los sobornos afectan a jugadores, árbitros y funcionarios. Como quiera que Alemania es el foco de este germen de tramposos, será interesante ver si las autoridades deportivas lo persiguen con el mismo ahínco que a los tramposos del pedal. También espero con impaciencia las reacciones de firmas deportivas, como la inmaculada Adidas, sobre el patrocinio y la venta de productos relacionados con este deporte. Recordarán que por algo parecido, la marca de las tres hojas y las tres rayas abandonó el mundo del ciclismo.
Comprenderá el paciente lector que sería de agradecer que los tabloides deportivos se hicieran eco de todas estas reseñas de forma ecuánime. Pero me da que se antoja asaz difícil dicho extremo.