Tras despojarse de los eufemísticos disfraces con la que algunos la quisieron esconder, la crisis se yergue majestuosa, altiva y desafiante. Implacable e inmisericorde con los más débiles y con otros, los más, que no se contaban por ellos. Lo bueno de ser aficionados al ciclismo es que ya estamos acostumbrados a cohabitar con ella. Llevamos tantos años festejando con tan indeseada dama que mientras algunos tiemblan sólo con oír mentar su nombre, nosotros ya sabemos con qué peinado acudirá esta tarde a la cita.
Por supuesto, no es intención del El Carajillo Alegre vanalizar con algo tan serio que pudiera afectar de manera directa a alguno de nuestros allegados que tan sólo pretenden pasar un rato ameno cada vez que nos regalan un puñado de sus minutos leyendo nuestro espacio en la red.
Desde la década pasada venimos oyendo los aullidos de las plañideras que lloran los últimos días de nuestro deporte favorito. Mas es terco el paciente y, como alguna estrella de la canción, goza de una mala salud de hierro. Hasta ahora la epidemia se ha cebado con las categorías más nobles de la sociedad ciclista, mientras que las más populares gozan de un excelente presente. Son éstas, las que engrosan cicloturistas y masters, las que más feligreses congregan en sus respectivos festejos. Se diferencian de sus hermanas pobres en que mientras aquellas se financian con los dineros de mecenas buscando rédito publicitario, éstas se sustentan con la limosna de los creyentes que pagan a escote los eventos a los que asisten.
Ahora, la crisis amplía horizontes y se esparce por toda la sociedad. La bicicleta es un hobbie y, en teoría, debiera pasar a un segundo plano en las economías amenazadas. Por lo tanto, ¿se verá resentida la partida presupuestaria destinada a inscripciones dominicales en ocasiones vergonzosamente elevadas, como es el caso de algunas cicloturistas?.
Por supuesto, no es intención del El Carajillo Alegre vanalizar con algo tan serio que pudiera afectar de manera directa a alguno de nuestros allegados que tan sólo pretenden pasar un rato ameno cada vez que nos regalan un puñado de sus minutos leyendo nuestro espacio en la red.
Desde la década pasada venimos oyendo los aullidos de las plañideras que lloran los últimos días de nuestro deporte favorito. Mas es terco el paciente y, como alguna estrella de la canción, goza de una mala salud de hierro. Hasta ahora la epidemia se ha cebado con las categorías más nobles de la sociedad ciclista, mientras que las más populares gozan de un excelente presente. Son éstas, las que engrosan cicloturistas y masters, las que más feligreses congregan en sus respectivos festejos. Se diferencian de sus hermanas pobres en que mientras aquellas se financian con los dineros de mecenas buscando rédito publicitario, éstas se sustentan con la limosna de los creyentes que pagan a escote los eventos a los que asisten.
Ahora, la crisis amplía horizontes y se esparce por toda la sociedad. La bicicleta es un hobbie y, en teoría, debiera pasar a un segundo plano en las economías amenazadas. Por lo tanto, ¿se verá resentida la partida presupuestaria destinada a inscripciones dominicales en ocasiones vergonzosamente elevadas, como es el caso de algunas cicloturistas?.
Dicen que en chino la palabra “crisis” es sinónimo de “oportunidad”. Quizá sea verdad y el ciclismo en estas categorías que algunos se empeñan en profesionalizar, tenga la oportunidad de volver a su esencia primigenia, la oportunidad de ver quién estaba aquí porque realmente amaba este tipo de ciclismo o quién lo hacía para enjugar sus frustraciones por la cara. Ojalá sean tiempos de oportunidades y éstas nos permitan separar la paja del grano, ese que hace tiempo nos salió en salva sea la parte.