Antiguamente, nuestros ancestros buscaban entre las estrellas formas que evocasen héroes, en ocasiones dioses, a los que emular o adorar. Hoy, ya desde hace tiempo, hemos bajado la barbilla y no forzamos nuestros ojos para columbrar en el cielo lo que nos ofrece la pantalla del televisor.
Los ciclistas y, sin embargo, bicicleteros intentamos extraer la épica que es el néctar que nos envenena, de las imágenes que del ciclismo nos ofrecen las publicitarias televisiones. Nos emocionamos con el espectáculo que se nos brinda entre esos cuatro ángulos, sabedores que los héroes de esa batalla poco tienen que ver con nosotros. Que el lei motiv que les ha llevado hasta ahí, hace tiempo que desapareció y que la letra de la hipoteca, del coche o el recibo del colegio de los niños son el estímulo esencial para hacer girar el piñón de su rueda trasera en la mayoría de los casos.
Durante el transcurso de la decimoquinta etapa de la recién concluida Vuelta Ciclista a España, cerca de una veintena de corredores se diputaron en los kilómetros finales el triunfo de etapa, sabedores que el pelotón no tenía tiempo suficiente para alcanzarles. A unos cuarenta kilómetros de Ponferrada, un navarro, de nombre José Luis Arrieta, intentó llegar en solitario protagonizando una de esas benditas locuras que raramente suelen acabar en éxito. El destino cumplió con su papel y el tal Arrieta acabó siendo capturado por sus compañeros de escapada y relegado a un puesto anónimo en la jornada. No obstante, su gesta le valió para ser entrevistado por los conductores del programa del ente público que ofrece en directo el show ciclista. Su otrora compañero de profesión, Pedro Delgado, le preguntó por su edad y las posibilidades de seguir ganándose la vida con el ciclismo, dado que es uno de los más veteranos del pelotón, a lo que el entrevistado contestó que mientras siguiese disfrutando con la bicicleta seguiría en activo.
En ese momento, un puñado de estrellas brilló con más fuerza sobre mi cabeza y se me antojó que dibujaban en el firmamento las palabras Enjoy Cycling. Al señor que paga los recibos de la luz pedaleando, le preguntan por el ciclismo y les habla de algo que denomina bicicleta y, no contento con ello, pretende disfrutar de la misma como hasta ahora. Evidentemente, la entrevista que se presumía anodina y predecible, acaparó toda mi atención. Arrieta siguió contando, a grandes rasgos, que salía diariamente con una grupeta de amigos, también profesionales, en Pamplona. Una grupeta huérfana de preparadores, ajenos a entrenamientos científicos y que decidían sobre la marcha a dónde ir o qué puerto subir, con la obligatoria parada para tomar el café y “el trozo de pan”.
Comprenderá el lector que ver destilar la más pura esencia de Enjoy Cycling en ese circo mediático que es el ciclismo profesional, le llena a uno de ilusión, máxime cuando en otros escenarios se observan determinadas poses heredadas del mismo.
José Luis Arrieta (37 años), dieciséis temporadas y dos carreras ganadas en profesionales, quizá no lo sepa nunca, pero es un carajillo.