63º GP di Lugano (1.1)
Nocentini tras pasar la línea de meta el año pasado.
Nocentini tras pasar la línea de meta el año pasado.
Sprint del pelotón.
Por lo que respecta a la carrera en sí, cuyo recorrido fue recortado en unos 25 kms, debido a la demora en dar la salida, lo más destacable es que se cumplieron los pronósticos y el viento hizo acto de presencia, lo cual, le confirió una dificultad particular. La prueba comenzó con ritmo frenético y con la práctica totalidad de los ciclistas colaborando en la limpieza de hierbas y rastrojos aledaños al arcén derecho de la carretera que va hacia Corella. De esta manera, se originó una escapada de entidad en la que se juntaron una decena de corredores, entre los que se encontraba Cera, Yanguas, Chentín, Vallejo, Larrea, Saizar, … y Felis. Llegaron a contar con un minuto de ventaja, pero por detrás no hubo concesiones y fueron capturados justo en el momento en que se formó la que sería escapada definitiva, con siete componentes, entre los que estaba el más fuerte de la carrera y vencedor, Larrea, ex-compañero el año pasado de Diego Tamayo en las filas del Azpiru-Ugarte.
Dani Arnal (C. C. El Barranqué) se impone en el sprint del pelotón a Felis y Kepa Vallejo. Ni el primero, ni el tercero aparecen en la clasificación. Sin comentarios.
Sobre el bautizo de fuego de Chemica, mejor sírvanse leer su blog (enlace a la derecha de esta página) y de Willy, sólo decir que protagonizó lo que denominaríamos una “carrera alternativa”, formando abanicos paralelos a los ya organizados en cabeza.
Lo de las clasificaciones, de vergüenza. Gente que no salió clasificada, gente que acabó no clasificada, ... sólo una reflexión: en una carrera ciclista, hay un colectivo que cobra por asistir a la misma. Los ciclistas, en master, pagamos por correr. El colectivo que cobra debería garantizar que el resultado de la carrera no se adulterara con una clasificación errónea. Y si no tienen los medios necesarios, deberían denunciarlo a la autoridad competente.
Diego (Astaná de Utebo) entrando en meta y buscando la ubicación del autobús del equipo.
Sebas atento al ataque de un Camargo en este duro repecho.
Diego en el seno del pelotón (en la foto, entre los dos Astanas), en los compasesiniciales de la primera etapa.
Al día siguiente, la intención de Diego era mantener el “Top 20”, pero la dureza del recorrido y la longitud del mismo, motivaron que no pudiera lograr su objetivo. Una “pared” con rampas de más del 20% se interpuso entre nuestro amigo y sus ilusiones. Aún así, logro terminar en una grupeta decente con la satisfacción del trabajo bien hecho y la esperanza de ir poco a poco cimentando la que va a ser una sólida carrera profesional.
Llegada de Diego en la primera etapa (de negro, a la derecha de la imágen).
Cuando vuelves a casa con un ramico de flores, aunque sea el día después de San Valentín, quedas como un señor.
Dadas las circunstancias, la fauna bicicletera capea el temporal como mejor puede. Estamos los que padecemos “aquafobia”, vamos, que no nos pillan en bici lloviendo ni por asomo. Otra cosa es que nos pille el chaparrón por esas carreteras y haya que volver a casa, por aquello de que se antoja misión imposible convencer a la parienta de que te venga a buscar con el coche. Es más, para que un “aquafobo” salga a entrenar, se tienen que dar una serie de circunstancias como que el cielo luzca el azul más intenso de su gama polícroma y que el asfalto de la calle no presente indicios evidentes de humedad. El “aquafobo” raramente se hace ciclista en latitudes específicas como Asturias, Cantabria, País Vasco, etc ... Entre sus congéneres es denominado, con cierta asiduidad, como “ciclista de salón”, pero en realidad, el “aquafobo” es un bicicletero al que podríamos denominar como “fino”. Es decir, elegante, atildado en el vestir y contrario a macular sus brillantes licras con el barro, aceite u otras impurezas que pudiera escupir la carretera. Es por ello, que no siente especial atracción por la disciplina bicicletera del montamblás (Nota de E.C.A.: Para los no iniciados, “montamblás” es el término con el que los carajillos definen la actividad de ir por caminos y montes con una bici de ruedas gordas, también denominada “tractor”), por aquello del polvo y demás inmundicias que regalan esos caminos.
Así las cosas, se imponen eternas jornadas de rodillo, bañadas en sudor, soñando con salir de nuevo a la carretera y sentir la caricia de la brisa en el rostro. Bueno, en Zaragoza, el hostión (con perdón) del cierzo en los morros, pero es igual. Hay quien no renuncia a ello, por muy malas que sean las expectativas meteorológicas imperantes y salen a la carretera con dos objetivos: entrenar y esquivar a las malintencionadas nubes. Para cumplir el segundo propósito, el interesado diseñará recorridos con múltiples variantes y alternativas que le permitan ser más sagaz que sus negras contrincantes. También es determinante a la hora de la consecución de tal fin, la disponibilidad horaria, porque Murphy también tiene algo que decir en todo esto y es curioso comprobar cómo las horas pluviosas por excelencia no tienen porqué coincidir con las de nuestro turno laboral necesariamente.
Para concluir, existe un tipo de ciclista con el que el “aquafobo” no tiene empatía alguna. Ese espécimen que no duda en salir a la carretera pese a que el hombre del tiempo prediga la segunda edición del Diluvio Universal, que no le importa que la parte trasera de su coulotte parezca una femera, que agradece las refrescantes gotas heladas que generosamente le regala la rueda trasera del ciclista que le precede, que incluso se divierte limpiando su bicicleta una y otra vez, dando gracias al cielo por ofrecerle la más húmeda de sus bendiciones ... El “aquafobo”, ante su presencia, acalla su conciencia pensando que es preferible perder un día de entrenamiento que una semana postrado en la cama con un trancazo de campeonato. Sin embargo, el “aquafilo” nunca enferma y acaba andando como un misil.