Hace apenas un año, los hermanos
Tamayo ponían toda su ilusión y quizá sus últimas esperanzas de seguir en la
élite del ciclismo en la participación en la Vuelta a Colombia 2012. La carrera
más importante de su país y de toda Sudamérica se antojaba el último tren, la
postrera oportunidad, al que montarse para seguir en pos de su sueño: seguir
siendo ciclistas. El viaje no iba a ser en primera clase, ni mucho menos.
Gracias al equipo UPV-Bancaja del mítico “Roski”, Diego y Sebas dejaron atrás
unos meses de incertidumbre tras el baldío proyecto de la escuadra italiana
Wit?. Faltos de medios y de la mejor preparación, pero henchidos de moral, no
desaprovecharon la oportunidad que se les presentó y aquella Vuelta a Colombia,
luego de superar no pocas vicisitudes, les abrió las puertas del ciclismo
colombiano. Aquel ciclismo que en su día dejaron por buscar la gloria en la Meca
del deporte del pedal, Europa, pero que merced al resurgir de la otrora mítica
casta de los “escarabajos”, vuelve a brillar presagiando un prometedor futuro.
Ha pasado un año y la vida de los
hermanos Tamayo ha discurrido de manera desigual. Mientras el pequeño entrenaba
durante el invierno por las carreteras zaragozanas con la certidumbre de un
contrato con el equipo GW-Shimano, un contrato gestado precisamente durante la
referida Vuelta a Colombia, Diego tenía que luchar contra los fantasmas del
fracaso que una vez más, se cernían sobre su dificultosa carrera ciclista. Otro
invierno azotado por el frío desasosiego de un futuro incierto, el comienzo de
la temporada sin un maillot nuevo que estrenar, la partida de su hermano Sebas
a su país natal para seguir siendo ciclista,… No le quedó más remedio que hacer
la maleta y emigrar, paradójicamente, a su país para ir en busca de su sueño.
Diego está acostumbrado a que nada le resulta fácil en esto del ciclismo. Es
una constante en su periplo sobre la bicicleta, quizá también en la vida, pero
no se rinde. Pocas semanas antes de comenzar la carrera que el año pasado les
abrió las puertas a la esperanza, el mayor de los Tamayo consiguió hacerse con
un hueco en el equipo de su hermano Sebas. Otra vez juntos y otra vez luchando
hombro con hombro para hacer realidad un sueño. Un sueño llamado Vuelta a
Colombia.
Las citas previas hacían presagiar un
esperanzador futuro en la gran cita del año para nuestros protagonistas. Sebas
había pisado el podio en más de una ocasión, tanto en carreras de un día como
en clasificaciones generales. Diego, un poco más retrasado en su preparación,
también había dejado columbrar visos de buenas sensaciones en su rendimiento
físico. GW-Shimano-Envía-Gatorade presentaba en Quito su equipo de gala ante
formaciones de reconocido predicamento en el continente americano. No podía
empezar mejor la empresa, pues en la primera etapa que rendía viaje en Ibarra,
Sebas conseguía infiltrarse en la escapada buena y tan sólo Edward Ortiz (EMP-UNE)
era capaz de privarle de la victoria. La fuga logró una renta superior a los
cinco minutos y medio respecto al grupo de los favoritos, donde Diego entraba
en las primeras posiciones en décimo tercera posición. Tal gesta hacía prever
que administrando dicha ventaja y estando atento a las evoluciones de la
carrera, cabía la posibilidad de soñar con vestir la preciada túnica que
distingue al líder de la carrera. Un sueño llamado Vuelta a Colombia.
Y el sueño se hizo realidad el tercer
día, con ocasión de la etapa que finalizaba en Pasto. Sebas lograba finalizar
en sexta posición a rueda de favoritos como Ardila, Cárdenas o Sevilla y pasaba
a comandar la clasificación general de la Vuelta a Colombia. Un año atrás, los
hermanos Tamayo se afanaban en la bodega de la casa de Rubén Horna por
adecentar sus maltrechas bicicletas Rossin para poder tomar parte en las
condiciones más dignas posibles en la vuelta a su país. Ahora Diego y Sebas
miraban extasiados, sobre la cama de la habitación del hotel, el maillot que
anuncia que su portador es el mejor de la carrera en ese momento. Los sueños se
cumplen y porqué no soñar con llegar a casa con dicho distintivo. Conseguir
mantener el liderato hasta la sexta jornada entre Buga y Manizales, la patria
de los Tamayo. ¿Porqué no soñar?. Un sueño llamado Vuelta a Colombia.
Para hacer realidad dicho sueño,
habría que superar tres duras etapas y ver triunfar a Oscar Sevilla en El Bordo
y a Rafael Montiel en Cali. El GW-Shimano-Envía-Gatorade se volcaba sin
condiciones en la defensa del maillot de líder y, entre ellos, destacaba la
denodada labor de Diego Tamayo. El catorce de Junio, las vallas que flanqueaban
la línea de meta de Manizales apenas contenían al ingente público que se
agolpaba para ver llegar a los ciclistas coreando el nombre de sus ídolos: “¡Tamayo,
Tamayo!”. Carteles, pancartas y pintadas que denunciaban orgullosas la
admiración de un pueblo por sus paisanos: los Tamayo Martínez. Los primeros
ciclistas llegan en fila india a la meta encabezados por el compañero de los
hermanos Tamayo Oscar Eduardo Sánchez y tras él, unos metros detrás, el
corredor que cubre su torso con la bandera de Colombia que delata al líder de
la carrera. Al líder de un sueño. Un sueño llamado Vuelta a Colombia.
Tras el abrazo de Alejandro, un
orgulloso padre, al líder de la Vuelta de su país y el agasajo de toda una
familia a tan insignes miembros, poco importa si Sebas no logró mantener un día
más el liderato antes de cederlo a su compañero Jonathan Millán. El sueño se había
cumplido y nada ni nadie podría arrebatarles a Diego y Sebas la felicidad de
haberlo hecho realidad. Seguramente más de lo que habrían podido imaginar
durante una de sus interminables jornadas de entrenamiento por la carretera de
Huesca con sus amigos de El Carajillo Alegre o en las tertulias previas a las
mismas en el bar de la zaragozana Plaza Mozart. Seguramente ni tan siquiera
habrían osado plantearse tamaña gesta. Tan sólo era un sueño. Un sueño llamado
Vuelta a Colombia.