Para los carajillos más nostálgicos o, si lo prefieren, aquellos que añoran el ciclismo de otras décadas, 2010 no se recordará por haber dejado una impronta especial en cuanto a épica ciclista se refiere. Quizá las pinceladas de siempre que acostumbran a regalarnos los artistas de las clásicas y algún que otro tímido trazo en los otrora sublimes lienzos de las grandes vueltas que, sin embargo, no pasan desapercibidos a los ojos de los aficionados pese a los ya tradicionales borrones que enmascaran cualquier atisbo de lo que pudiera llegar a ser un magnífico año. Por lo menos una añada memorable.
No recordaremos 2010 como el año en que por fin un grandísimo corredor como
Tom Boonen, ganador de carreras ciclistas en multitud de latitudes, inauguró su palmarés de
éxitos en Italia. Hasta su victoria en la segunda etapa de la
Tirreno-Adriático, el belga jamás había ganado una carrera en el país transalpino. Lo cual, no deja de ser curioso. Los carajillos recordaremos este año que se nos escurre entre los dedos, como el de la magnífica escapada de
Diego Tamayo en el
Campeonato del Mundo que tuvo “patas arriba” durante doscientos kilómetros a la élite del ciclismo mundial. Pero las hojas del calendario siempre tienen reservado un espacio para el obituario y, en este caso, en lo que a los genios del arte del pedal concierne, no podemos obviar la pérdida del gran
Laurent Fignon.
En 2009 se le diagnosticó el cáncer que acabó con su vida hace unos meses.
"Maldigo mi enfermedad. Es mi cuerpo contra mí y no puedo aceptarlo". Laurent Fignon, uno de los últimos grandes campeones de la época dorada del ciclismo.
“El profesor”, apodado así por aquella imagen de intelectual que le conferían sus eternas gafitas redondas, irrumpió con tan sólo 22 años en el escalón más alto del podio del Tour de 1983. Su primer Tour de Francia. Un año más tarde, volvió a ganarlo, tras el sinsabor de un
Giro de Italia que debería de haber ganado y que él siempre consideró que se lo habían robado, en favor del ídolo local
Francesco Moser, argumentando que
“no sólo escamotearon las montañas, también hicieron trampas para que yo no ganara, y eso no lo acepto, nunca lo aceptaré”. Paradojas de la vida, cinco años más tarde, su victoria en la
Corsa Rosa se vería empañada por la amarga derrota que sufrió en el que iba a ser su tercer Tour victorioso y que perdió en la última contrarreloj por sólo ocho segundos. La diferencia más exigua que jamás ha separado al segundo clasificado del vencedor del
Tour de Francia en toda su historia. En cierta ocasión, un aficionado le reconoció y le dijo:
“Tú eres el que perdió el Tour por ocho segundos”. A lo que él respondió:
“No, yo soy el que ganó el Tour dos veces”. Lo que demuestra el carácter de una estirpe de campeones que, en ocasiones, echamos de menos en el actual ciclismo.
Fignon nunca estuvo de acuerdo con las innovaciones técnicas que usó el norteamericano
Greg Lemond en aquel
Tour de 1989 (manillar de triatleta y casco aerodinámico), así como su enfoque exclusivo hacia la disputa únicamente de la carrera gala. Según el parisino, todo este tipo de controvertidos detalles corrompieron la pureza del ciclismo.
En la última contrarreloj del Tour'89 Fignon perdió una carrera que parecía tener asegurada. Renunció al manillar de triatleta y al casco aerodinámico. Algunos interpretaron esta decisión como el motivo de su derrota.
Legendaria fue la rivalidad con el otro astro francés del que fue compañero de equipo en sus inicios, Bernard Hinault. El bretón era la antítesis de nuestro protagonista al que calificaba, junto a su inseparable amigo Pascal Jules, como “dos chulos parisinos”. Finalizadas las respectivas carreras deportivas de ambos, retomaron una cordial relación. Quizá por haber vivido aquellas míticas disputas entre campeones, Fignon declaró el pasado verano, días antes de morir, que “lo que he visto en el Tour entre los dos favoritos es inconcebible. El ciclismo no es un juego entre amigos. La competición debe ser sin piedad, especialmente cuando se está en carrera”.
En 1993, desilusionado viendo como cambiaba el ciclismo, su ciclismo, denunciando cómo se empezaban a cometer unos errores que le iban a acarrear unos daños irreparables, como por ejemplo el uso de la EPO que comenzaba a aparecer, mantenía que la EPO cambió para siempre el carácter del deporte, porque permitía a “burros convertirse en purasangres”, Laurent Fignon decidió poner punto final a su carrera ciclista, diez años después de su estelar irrupción. En su último Tour, en la ascensión a la Bonette-Restefonds que en aquella edición constituía el techo de la carrera con sus 2.802 metros de altitud, se dejó caer voluntariamente hasta la última posición, ajeno a las disputas de los Indurain o Rominger, subiendo a su ritmo, tranquilo, las manos apoyadas en el manillar y paladeando todo aquello que le rodeaba y que el fragor de la batalla, en anteriores ocasiones, no le había permitido columbrar. "Subí como un cicloturista", dijo. "Miré el paisaje, disfruté de la ascensión, disfruté del ciclismo. Todo era armonía a mi alrededor. El ciclismo podría seguir sin mí. La vida continuaría conmigo". Enjoy Cycling.
En 2009, Fignon escribió un libro, Cuando éramos jóvenes y despreocupados, una autobiografía cuyas últimas líneas podrían ser, perfectamente, su epitafio. "He sido solo un hombre que ha hecho todo lo posible por abrirse un camino hacia la dignidad y la emancipación. Ser un hombre".
Un jovencísimo Laurent presto a disputar el Prix de Champdeui en 1976.
Milán- San Remo 1989. De esta guisa se impuso por segunda vez consecutiva en el "Mundial de Primavera".
Tour de Francia 1993. En su última participación hizo alarde del más genuino espíritu Enjoy Cycling.