No pudo ser. Al final, en la postrera etapa, Sebas sucumbió a la infinidad de ataques lanzados por sus rivales. Luchó y se entregó hasta la extenuación para evitar que el amarillo dejara de ser su color al acabar la carrera, pero no pudo ser. Le queda el consuelo de saber que dio todo lo que llevaba dentro, lo cual, constituye la satisfacción última de todo deportista. También le queda el reconocimiento de todos los carajillos que sabemos apreciar la importancia y valor de su actuación en esta edición de la Vuelta a Bidasoa. Si antes de comenzar la misma, nos hubieran dicho que iba a lucir durante dos jornadas la “túnica dorada”, que iba a hacer segundo en una etapa y séptimo en otras dos y, que en resumidas cuentas, iba a constituirse en unos de los protagonistas principales de la prueba, nos hubiéramos sentido tan orgullosos, por adelantado, como lo estamos ahora. Ahora, Sebas disfruta de lo conseguido en estos intensos cuatro días de competición, con las miras puestas a la clasificación del Torneo Euskaldún y la inminente Vuelta a Navarra. Seguro que andará, otra vez, muy cerca del maillot que denuncia al mejor de todos.