Como todo en la vida, la rehabilitación del carajillo profesional Diego ha pasado por diversas fases. Primero tuvo lugar el incómodo confinamiento en el “zulo” que en su casa denominaban como “cuarto trastero”. Los ingenieros del Departamento de I+D+i de El Carajillo Alegre desarrollaron un ingenioso artilugio (disculpen la redundancia, pero un profesor de quien esto escribe, decía que “ingeniero” viene de “ingenio”), para que nuestro amigo pudiera apoyar, de la manera menos incómoda posible, su maltrecho brazo rebozado por una escayola belga. De esta fase, apenas hay documentos gráficos que den fe de la misma y los pocos que existen, no tienen la calidad mínima que ofrecemos a nuestros sufridos lectores.
La perseverancia de Diego fue tal, que consiguió que le dejasen trasladar su “potro de tortura” a un enclave más humanizado. De esta manera, tras mucho porfiar, su lugar de entreno pasó a ser una soleada, a la par que aireada, parcela de balcón tocada con un coqueto toldo. El siguiente paso, sería llegar al salón del domicilio y disfrutar de su sesión de rulos frente a la inmensa pantalla de su televisión. Pero no fue necesario tal extremo, pues saltándose esa lógica etapa, se agenció unos acoples y salió a la carretera para sentir la deliciosa caricia del aire en su rostro. Se da la circunstancia de que por imperativos de la situación, parece que la adaptación al medio es vital y Diego está adoptando maneras de consumado contrarrelojista. La documentación gráfica atestigua lo dicho. Lo que está fuera de cualquier duda, es la inminente reaparición de nuestro amigo que esperamos sea tan notable como ha sido su trayectoria en lo que llevaba de temporada hasta su fatal accidente en Tres Días de la Panne.