Sin duda, de los muchos y buenos escritores que ha dado la literatura en lengua castellana, el más afamado y reconocido es Don Miguel de Cervantes Saavedra. Ilustre manco nacido en Alcalá de Henares que pasó a la historia de la literatura universal gracias a su famosa obra titulada El ingenioso hidalgo Don Quijote de La Mancha. Es tal el éxito de esta novela que ha eclipsado al resto de la obra de este insigne autor. Es digno de reseñar que nadie cuestiona a Cervantes por si el resto de sus trabajos están a la altura de la novela que le hizo inmortal. Esto mismo se da en varias facetas artísticas y profesionales. Un elegido pasa a la posteridad por ser capaz de alcanzar la gloria al lograr la máxima expresión en aquello a lo que se dedica.
En el ciclismo y, más concretamente, en el ciclismo que hacemos la mayoría de los carajillos, no ocurre lo mismo. Cuando un ciclista, gracias a su esfuerzo y dedicación, a robar horas a su familia, a arrebatar tentadores momentos de sofá al llegar a casa tras la jornada laboral, a sobrecompensar el duro entrenamiento empujando el carrito del supermercado, …, por citar alguna de las muchas obligaciones domésticas ineludibles, consigue alcanzar un determinado éxito deportivo, parece que está obligado a repetirlo en lo sucesivo, sino a mejorarlo, so pena de ser calificado en decadencia o “venido a menos”, despreciando su rendimiento y sólo valorando sus resultados.
En 1991, Greg Lemond abandonó el Tour de Francia, intuyendo, quizá, que estaba escribiendo el epílogo de su carrera deportiva. Todavía con el maillot y el casco puestos, el periodista que le entrevistaba en la cuneta gala inquiría acerca de su fracaso, pese a que el norteamericano se esforzaba en puntualizar que le hubiera gustado acabar mejor ese Tour y su carrera deportiva, ¡cómo no!, pero que no calificaba la situación como un fracaso, pues lo que había conseguido con anterioridad nadie se lo podía quitar. Eso ya era suyo. Aquellos éxitos ya los tenía. En su caso, tres Tours de Francia y dos Campeonatos del Mundo, por citar sólo lo más rutilante de su palmarés.
Cuando le preguntamos a algún compañero de fatigas por el resultado conseguido en el último fin de semana, parece que esperamos que la respuesta desentone poco respecto a la marca o las marcas logradas por él en similares prestaciones anteriores. Si la respuesta no es la correcta, podríamos identificar la misma como un claro signo de decadencia.
Así las cosas, es lógico plantearse la disyuntiva sobre si merece la pena lograr éxitos que nos encadenen a ellos a perpetuidad. ¿Acaso es justo pedirle a Don Miguel de Cervantes que siga escribiendo el Quijote?.