viernes, 10 de abril de 2009

Clasicómano

Allá por la ya lejana década de los ochenta, los medios de comunicación especializados en ciclismo eran más bien escasos. Las retransmisiones televisivas se limitaban a resúmenes vespertinos de las etapas de la Vuelta a España y poco más. La información gráfica y escrita no era mucho más pródiga. El que esto escribe, en su amanecer al mundo ciclista, escudriñaba en la sección polideportiva de los diarios de deportes en busca de referencias al que había decidido, no ha mucho, que iba a ser su deporte favorito. No negaré que mostrar cierta filia por una actividad minoritaria, entendiendo por minoritario todo aquello que no fuera perseguir un balón de cuero, confería cierta distinción en aquella época adolescente.


El hallazgo en los quioscos de una arcaica revista como “La Bici”, suponía un éxito en el afán por pasar páginas dedicadas exclusivamente al deporte velocipédico. Mas era una publicación semanal la que colmaba la necesidad de información ciclista del joven aficionado. Unas humildes hojas repletas de ciclismo profesional y aficionado, dirigida por un tal Chema Rodríguez y que se daban en llamar “El Ciclista” que a finales de la década, sufriría una amarillenta escisión de la que nacería “Meta 2 Mil”. Entre sus páginas descubrí, de la mano del inefable Jef Van Looy, el ignoto mundo de las clásicas. El periodista belga se esforzaba en explicar al inculto aficionado español la diferencia entre una “clásica”, una “kermese” o un “criterium”. Aclaraba una y otra vez como lo que aquí, en la “vueltómana” piel de toro, denominábamos “clásicas” (Ordizia, San Sebastián, …) no eran otra cosa que lo que en el resto de Europa se tenían por “kermeses”. Gracias a su avezada pluma, supe de la existencia de unas misteriosas carreras con nombres impronunciables (Kuurne-Bruselas-Kuurne, Het Volk, E3 Harelbeke, Gante-Wevelgem, …), otras con títulos tan gráficos como Flecha Walona o Flecha Brabançona, algunas cuya denominación suponía por si sola toda una clase de geografía europea (Burdeos-París, Lieja-Bastogne-Lieja, París-Bruselas, París-Roubaix, Blois-Montlhery o Blois-Chaville o Creteil-Chaville hoy llamada París-Tours, …) y que había un Tour que se corría en una sola etapa y los belgas flamencos veneraban bajo la advocación de De Ronde Van Vlaanderen.


El ínclito Van Looy se afanaba, año tras año, la semana previa a cada una de las grandes citas, en dar a conocer los pormenores orográficos, tácticos e históricos de estos monumentos del ciclismo.


Quizá fuera por él o por el afán de seguir siendo un seguidor de minorías que pese a vivir en plena “época periquista”, dirigí mi atención ciclista hacia este tipo de carreras, mientras anhelaba imposibles posters que ornamentaran las paredes de mi habitación con las efigies de héroes como Planckaert, Van der Poel, Kelly, Criquielion, Argentin, … o mi favorito Eric Vanderaerden.


Quizá no fue casualidad que mi primer ídolo patrio fuera un ciclista que dadas sus condiciones, nació veinte años antes de lo que debiera, que fue obligado a malgastar sus excepcionales características para las clásicas en el sempiterno intento por ganar una Vuelta a España y que sin duda, hubiera hecho historia en las más grandes carreras del Norte de Europa. Estoy hablando de un tal Pello Ruiz Cabestany.


En su día, recibí con alborozo el primer número de una incipiente publicación gráfica que sería un importante referente de la prensa ciclista escrita durante las siguientes décadas, “Ciclismo a Fondo”. La portada del mismo, glosaba el primer triunfo de Pedro Delgado en la Vuelta a España. Mas las fotos interiores del segoviano, “levantándole la cartera” a un menudo escocés con pendiente, no fueron las que más llamaron mi atención, sino las de un magnífico Eric Vanderaerden volcado sobre el manillar de su Raleigh, con los ojos hinchados tras soportar durante horas la inclemente y gélida lluvia, tocado con el maillot tricolor de campeón belga y apretando los dientes en pos de la victoria en la meta de Meerbeke, en una de las más épicas ediciones del Tour de Flandes.


Por suerte, merced a los éxitos de los corredores españoles en vueltas por etapas, los años posteriores evidenciaron un auge del ciclismo que posibilitó que tuviéramos acceso a retransmisiones de pruebas hasta entonces vetadas. Así, pudimos ser testigos directos de la eclosión de la quinta de los Tchmil, Museeuw, Tafi, Bartoli, Ballerini, Baldato, Van Petegem, Duclos-Lassalle, Vandenbroucke, Sorensen, …


Por todo lo anteriormente detallado, comprenderá el lector que estas fechas son mis preferidas del almanaque ciclista. Disfrutando de unas carreras que se miden por unos parámetros diferentes a los del resto del ciclismo por lo que a las vueltas por etapas se refiere. Experimentando la empatía que se crea cuando, tras el entrenamiento o paliza ciclista dominical, todavía con un latente dolor de patas que una apresurada ducha apenas ha podido mitigar, ves a esos superhéroes luchar agónicamente por mantener, recortar o aumentar rentas que se miden en metros y segundos, en el mejor de los casos, en una angosta calzada de la vetusta Europa Ciclista.


Seguir este tipo de ciclismo también marcaba tendencias en un globero en ciernes. No en vano, eran las únicas carreras en las que podías contemplar a los profesionales llevando chichonera que en aquella época, no tenían la obligación de lucir en competición, excepto en Bélgica. El “globerete clasicómano” salía en las carreras “a lo belga”, emulando a sus ídolos. Esto era, llevando la gorra o bien por debajo de la chichonera con la visera hacia delante o encima del citado elemento de seguridad con la visera hacia atrás. Me atrevería a decir que el hábito de llevar calcetines por encima de las zapatillas emanó de este tipo de carreras (Sean Kelly fue, sin duda, su más ferviente portador), pero lo que nadie puede negar es que la primera aparición de, las hoy manidas, piratas se dio en las clásicas, viniendo a mi memoria la imagen de un afamado Van Hooydonck portando aquella suerte de perneras que dejaban al aire sus espigadas canillas.

"A lo belga" con la visera para atrás. 07/09/1986. Trofeo Fiestas de Cariñena para cadetes. Detalle curioso: el zagal que aparece detrás, apretándose el calapié derecho, en la actualidad regenta un negocio ciclista en una Gran Vía de Zaragoza y en la imagen aparece haciendo publicidad de una tienda que hoy es competencia de la suya (C. Cabrera).


"A lo belga" con la visera para delante. 13/12/1987. Ciclocros en Zaragoza para juveniles. El ciclocros es una disciplina eminentemente clasicómana, por lo que las tendencias de los belgas también tienen buena acogida en la misma.


Tour de Flandes 1991. Edwing Van Hooydonck gana luciendo unas precursoras piratas.

El “globerete clasicómano” no desperdicia la oportunidad de imitar a sus iconos del profesionalismo para sentirse, de alguna manera, un poco como ellos y experimentar las mismas sensaciones. Así, busca con denuedo carreteras olvidadas, estrechas, rodeadas de campos de labor que recuerden a las ajadas vías de las ardenas flamencas. Permítame recomendarle al lector zaragozano, lugares como “El Lugarico” o la carretera del “Barrio del Comercio” en un día gris amenazante de lluvia. El hallazgo de algún tramo adoquinado se convierte en motivo de algarabía y emoción. Si bien este tipo de calzadas cada vez son más insólitas, me tomo la licencia de sugerirles la calle Don Jaime I para percibir lo más parecido al trajín de un tramo de pavés.




No quiero terminar estas líneas sin destacar una grandísima noticia para todos los amantes de las clásicas. Muy pronto en Zaragoza, gracias a la perseverancia de nuestro máximo edil, Juan Alberto Belloch, tendremos la oportunidad de imitar a los “profetis” en una guisa en la que les hemos visto infinidad de veces en una prueba tan carismática como los Tres Días de La Panne. ¿Quién no ha tenido la sana envidia de emular a nuestros ídolos saltando con sus bicis evitando los raíles de los tranvías de las localidades del Norte de Europa?. Pues muy pronto, merced al caprichico de nuestro insigne alcalde, tendremos la oportunidad de hacer lo propio por las calles de nuestra querida Caesaraugusta.