lunes, 29 de septiembre de 2014

El Mundial de Ponferrada.




Un año más, hemos sido testigos de la carrera más especial de la temporada ciclista profesional. No me atreveré a decir la más importante, que para eso hay diversidad de opiniones, pero, repito, sí la más especial. Sea porque por un día los ciclistas cubren los rótulos y colores corporativos de las marcas comerciales que les pagan los sueldos por las enseñas patrias, sea porque durante más de seis horas son obligados a competir sin la molesta presencia en la oreja de ese trozico de plástico por donde suena la autoritaria voz del mandamás que conduce el coche del equipo, lo cierto es que el Campeonato del Mundo de ciclismo élite adquiere unas connotaciones ciertamente particulares que le confieren la vitola de singularidad anteriormente referida.

No negaré que me entusiasmó la germánica frialdad del bisoño junior, que soñaba con hacer entre los diez primeros y alzó su brazo derecho al cielo ponferradino, o que experimenté cierta empatía con Marianne Vos, tras precipitarse a la hora de lanzar el sprint que sirvió para que una emocionada compañera de equipo gala se llevase el anhelado maillot arcoíris. Cierto. Seguí con entusiasmo las consecuciones de todos los maillots irisados, pero debo reconocer que la carrera que realmente me entusiasma sobre las demás es la de los profesionales.



Quizá sea por lo incierto de la misma. No son pocas las ocasiones en las que los protagonistas se empeñan en llevar la contraria a los pronósticos que el trazado o determinados favoritismos dictan a priori. En esta ocasión, todos los vaticinios apuntaban a una llegada al sprint de un grupo más o menos numeroso. Sin embargo, el primer sprinter, Kristoff, disputó la octava plaza. Magistral movimiento del polaco Kwiatkowski (a ver quién es el guapo que escribe su nombre sin el socorrido “cut&paste”) en los kilómetros finales, impresionante labor de Gilbert, todo un Campeón del Mundo remangándose el mono de trabajo a favor de su compatriota Van Avermaet y gran resultado, una vez más, de Valverde. Éste volvió a subir al cajón por sexta vez en su carrera. En esta ocasión, para recoger su cuarta presea de bronce. 

Da la impresión de que el murciano corría con más presión que nunca. Quizá la controvertida actuación del año pasado en esta misma carrera o las críticas sobre sus actuaciones desde el Tour de Francia, motivaron que su actuación fuera mirada con lupa. El propio protagonista había declarado horas antes de la carrera que para muchos, fuera cual fuera el resultado, seguro que no sería suficiente. Cierto. De hecho, su tercer puesto no ha contentado a una gran parte de la afición. El que esto escribe no va a entrar a enjuiciar si una medalla de bronce es un premio insuficiente. Seguramente porque cuando empecé a ver mundiales de estos, los seguidores de este deporte de la bicicleta aplaudíamos con las orejas cuando, de vez en cuando, un tal Juan Fernández rascaba alguna medallica de bronce, aunque fuera de rebote (Ronse, 1988). En la gloriosa “Era Induráin“, las medallas del navarro sabían a gloria aunque ninguna fuera de metal más preciado. Y luego ya llegó el acabose con los oros de Olano, Freire por partida triple y Astarloa. Debe ser eso. Que nos acostumbramos a lo bueno y luego todo es poco. O quizá depende del protagonista de la hazaña. Quién sabe. 



Lo cierto es que a Valverde, de un tiempo a esta parte, se le cuestionan en demasía sus resultados. Y todo parece devenir desde su “medalla de chocolate” en el último Tour. No es el primero al que le pasa que, después de ser apeado del podio francés, ve como su capacidad deportiva es puesta en tela de juicio. Me viene a la memoria un tal Olano tras el Tour’97, donde algunos quisieron ver en él al sucesor de un tal Induráin. Es posible que el problema de Valverde, en este aspecto, es que genera grandes expectativas. Debería fijarse en, por ejemplo, Zubeldia. Todos sabemos que jamás ha tenido opciones al podio de París, sin embargo, sus honrosos puestos en la clasificación general de la ronda gala siempre han tenido el reconocimiento merecido, tanto por la afición como por los medios de comunicación. No es que haya sido especialmente santo de mi devoción el otrora amo de Piti, pero quizás sea verdad aquello de que más vale caer en gracia que ser gracioso. Yo, personalmente, prefiero fijarme en su espectacular palmarés, tanto en victorias como en lo que a plazas de honor se refiere.

Fotos: Facebook Michał Kwiatkowski