El calendario, obstinado él, tiene la costumbre de despojarse de sus hojas, día a día, en una suerte de “striptis” ajeno a los intereses de aquellos que en unas ocasiones desean que sea rápido y, en otras, prefieren un desnudo más lento y sosegado. Depende de las circunstancias. Seguramente, a los afortunados ciclistas que ya han estampado su rúbrica al final de un contrato que les permita ganarse la vida el año que viene se les antojará demasiado lento el discurrir de los días hasta el comienzo de la ansiada temporada que está por venir. Empero, los que todavía no han tenido dicha suerte, la mayoría, verán impotentes como la arena del reloj del tiempo se les escurre entre los dedos de las manos y, con ella, sus opciones de seguir haciendo de su deporte su medio de vida.
No corren buenos tiempos para nadie y
para los ciclistas menos. Ya hace años que una ministra con dotes de vidente
nos anunció aquello de los “brotes verdes” y nos hemos resignado a nuestra
condición de daltónicos. Todo parece culpa de la maldita crisis que no hace
diferencia entre gremios laborales. El ciclismo profesional no va a ser una
excepción. Dicen que una de las consecuencias de las crisis es que crean
desarraigos irreparables en la sociedad, como puede ser la desaparición de las
clases
medias. El ciclismo, sin embargo, comenzó a exterminar su clase media allá por el año 2005 con un invento llamado UCI Pro Tour. Un engendro ideado por, entre otros, el inefable Manolo Saiz que paradójicamente fue una víctima del mismo. ¿Se acuerdan de aquel eslogan que esgrimía el cántabro y adláteres?: “Los mejores ciclistas, en las mejores carreras” o algo así. El conservador mundillo del ciclismo de entonces puso el grito en el cielo vaticinando poco menos que el apocalipsis ciclista. En aquella ocasión, los inmovilistas estuvieron más cerca de la razón que nunca. Los datos están ahí. Véase el número de equipos profesionales que había entonces y los que hay ahora, cotéjese el número carreras de la máxima categoría que han desaparecido y pregúntese si todo ello ha beneficiado al ciclismo. Al “amado” ciclismo que todo esto se hace, ya se sabe, por “amor al ciclismo”. Hoy es el día que han sobrevivido dos clases sociales ciclistas excesivamente diferenciadas: la casta de los UCI WorldTour que la conforman unos privilegiados que constituyen la jet set de nuestro deporte y los demás. Los que en el mejor de los casos subsisten en equipos con sueldos modestos, por no hablar de aquellos que apenas cobran los gastos, los que no cobran y los que pagan por correr con los profesionales. Estos últimos, dentro de los integrantes de la casta más desfavorecida, son los que menos mal lo tienen, pues de todos es conocido que el “ciclismo de pago” es el único que goza de una exultante salud en estos convulsos tiempos que nos está tocando vivir.
medias. El ciclismo, sin embargo, comenzó a exterminar su clase media allá por el año 2005 con un invento llamado UCI Pro Tour. Un engendro ideado por, entre otros, el inefable Manolo Saiz que paradójicamente fue una víctima del mismo. ¿Se acuerdan de aquel eslogan que esgrimía el cántabro y adláteres?: “Los mejores ciclistas, en las mejores carreras” o algo así. El conservador mundillo del ciclismo de entonces puso el grito en el cielo vaticinando poco menos que el apocalipsis ciclista. En aquella ocasión, los inmovilistas estuvieron más cerca de la razón que nunca. Los datos están ahí. Véase el número de equipos profesionales que había entonces y los que hay ahora, cotéjese el número carreras de la máxima categoría que han desaparecido y pregúntese si todo ello ha beneficiado al ciclismo. Al “amado” ciclismo que todo esto se hace, ya se sabe, por “amor al ciclismo”. Hoy es el día que han sobrevivido dos clases sociales ciclistas excesivamente diferenciadas: la casta de los UCI WorldTour que la conforman unos privilegiados que constituyen la jet set de nuestro deporte y los demás. Los que en el mejor de los casos subsisten en equipos con sueldos modestos, por no hablar de aquellos que apenas cobran los gastos, los que no cobran y los que pagan por correr con los profesionales. Estos últimos, dentro de los integrantes de la casta más desfavorecida, son los que menos mal lo tienen, pues de todos es conocido que el “ciclismo de pago” es el único que goza de una exultante salud en estos convulsos tiempos que nos está tocando vivir.
Crear un producto elitista, si se
quiere denominar así, no es malo de por sí, siempre que se haga por “amor al
ciclismo”. No vayan ustedes a pensar que el fin de todo ello es algo tan
material como el lícito afán por ganar dinero. Lo perjudicial para el resto del
“mercado” y “clientes” es que se convierta en un monopolio que no dé lugar a
otras alternativas.
De todos modos, esto de la longevidad
ciclista es para hacérselo mirar. Los profesionales, los de verdad, los que
pagan la hipoteca dando pedales, cada vez se jubilan más tarde. Los chavales
jóvenes, muchos de ellos juniors, ven el panorama élite/sub-23 y desisten tan
siquiera de intentar competir con un montón de ex-profesionales y “viejas
glorias” que dominan dicha categoría. Algunos con veintitrés años ya pueden
correr con los veteranos que, se pongan como se pongan, es la verdadera
categoría que se da en llamar “máster”. Sin embargo, la Federación Vasca de
Ciclismo se ha inventado una ley por la que impide a los corredores mayores de
veinticinco años correr en la categoría élite. Parece ser que si a esa edad no
has dado el salto a profesionales es que no vales para esto. Lo de hacer
deporte es secundario. Para eso está la categoría máster. Es decir, no es bueno
que un chaval corra con un tío de veintiocho tacos en élite, pero que un
madurito de cuarenta y ocho lo haga con un mozalbete de veintitrés es lo mejor
para el ciclismo. Que conste que todo esto lo hacen por “amor” a dicho deporte.
En fin, lo bueno de todo esto es que
se puede ser profesional en ambas categorías, pero la ventaja de serlo en
máster es que, mientras que para ser un “profeti” en élites dependes de que un
equipo te ofrezca un contrato, en esta categoría puede serlo todo aquel que lo
desee y tenga dinero para permitírselo. Créanme. Son todo ventajas y
facilidades… para todo.